Este es el blog de la asociación Autonomía y Bienvivir, no dejes de visitar nuestra página web, para conocer nuestro ideario: Visitar página web

lunes, 24 de abril de 2017

Un mundo cansado pero fiel al pensamiento mágico y optimista

Cuando en algún programa de televisión, radio o conferencia aparece un bicho raro que hace preguntas totalmente al margen de los medios masivos, del tipo ¿qué pasará cuando se alcance el pico de producción del petróleo? Los tertulianos o conferenciantes siempre tienen una sonrisa y expresan su confianza plena en que la capacidad inventiva del ser humano, además de la investigación pública y privada, obrarán un milagro tecnológico de última hora que salvará al mundo del colapso.

No es algo nuevo, ese tipo de pensamiento mágico o psicología positiva tuvo apariciones súbitas y desvanecimientos a lo largo del siglo XX, primero con el fin de la II Guerra Mundial y el mundo lleno de posibilidades que se abría a los supervivientes, a la postre con la caída de la Unión Soviética y el famoso “Fin de la Historia” de Fukuyama.

Así en menos de un siglo se ha pasado de deportar a personas a campos de concentración creados específicamente para obligarles a trabajar a cambio de comida y cama no muy saludables, a que a través del Plan Bolonia la gente que hace cursos esté ansiosa por pagar para “hacer prácticas”.

¿Cómo es posible que una persona se convierta a la vez en su propio esclavista y en esclavo? Byung-Chul Han llegó a la conclusión en La sociedad del cansancio de que cualquier persona es a día de hoy víctima de sí misma y del optimismo con que es bombardeada desde la infancia, es una forma muy habilidosa y propicia para conseguir que alguien se presione a sí mismo sin contemplaciones al tiempo que no puede hallar culpables, porque es patrón de su propio destino y puede llegar a conseguir todo lo que se proponga ya que, literalmente, según los adalides del pensamiento mágico como Paulo Coelho, tú sólo tienes que anhelar algo y el Universo maniobrará para que disfrutes lo que deseas.

“De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber. En relación con el incremento de productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad”

Byun-Chul Han, La sociedad del cansancio
 ¿Cuántos Steve Jobs serán necesarios para que el coche eléctrico no sea una ruina en un mundo donde el simbolismo del éxito se nos vende a través del esfuerzo y el modelado permanente mientras la dinámica se extiende en funcionalidades cada vez más fugaces?

Es a partir de este contexto cuando la transmisión oral queda supeditada al modo de sentir divulgado por los “técnicos”, los rapsodas de nuestro tiempo, que circunscriben dentro de la oralidad posible la angustia de un modo de vida antinatural como un síntoma de falta de madurez. ¿Son más maduros los adultos de nuestro tiempo, que dedican el ocio a videojuegos, que los de inicios del siglo XX que lo dedicaban a echar la partida de cartas en el bar o a otro tipo de eventos sociales presenciales?

A este respecto también Byun-Chul Han se refiere, refiriéndose a cómo paulatinamente al ciudadano estándar se le han arrebatado sus lapsos de intimidad – a través de las redes sociales donde debe desnudarse ante todos para mostrar que es feliz y está integrado en la sociedad de su tiempo –, resultando éstos reemplazados por letargos que reconstituyen su entorno más inmediato para suscitarle un estado de celo permanente a fin de que se sienta un propietario – en el sentido latino del término, dominus - en peligro si no mantiene el ritmo.

El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades. De este modo, no se halla capacitado para una inmersión contemplativa: ni durante la ingestión de alimentos ni durante la cópula. No puede sumergirse de manera contemplativa en lo que tiene enfrente porque al mismo tiempo ha de ocuparse del trasfondo. No solamente el multitasking, sino también actividades como los juegos de ordenadores suscitan una amplia pero superficial atención, parecida al estado de la vigilancia de un animal salvaje.Byun-Chul Han, La sociedad del cansancio
Hay un mundo de posibilidades ahí fuera, que están al alcance de cualquiera, y serás merecidamente recompensado o castigado en función de tu capacidad de adaptarte al medio. Así lo vende Nicholas Wade en “A troublesome inheritance” - Una herencia incómoda en español -, obra en la que defiende que las razas tienen comportamientos diferentes por cuestiones biológicas y debido a ello las sociedades son diferentes. El racismo quedó rancio cuando en la sociedad del individualismo aupado por el protestantismo anglosajón todos asumieron el lema reaganiano de “hay gente que elige ser pobre”. ¿Quién en España se escandalizó cuando el calvinista Jeroen Dijsselbloem proclamó - y se negó a disculparse - que los españoles, al no ser culturalmente protestantes, se gastan el dinero en mujeres y vino?

jueves, 13 de abril de 2017

¿Puede la economía colaborativa cambiar el mundo?

Las tecnologías de la información y las comunicaciones han puesto en nuestra mano una herramienta con potencial para cambiar el mundo: la economía colaborativa, la posibilidad de compartir. Sin embargo, el cambio no será automático, tendremos que propiciarlo nosotros.


Una de las claves, la principal, para adaptar nuestra sociedad a unos insumos de materia y energía estacionarios es pasar de una economía de la propiedad a una economía del uso, o como diría Jeremy Rifkin, del acceso. En los términos del economista ecológico Herman Daly lo que tenemos que intentar es minimizar la relación PIB/riqueza, es decir, minimizar el flujo de transformación (mal llamado producción) que hace posible mantener una riqueza dada.

Lo primero que habría que aclarar es la relación entre PIB y riqueza, ya que de forma errónea nos han inducido a identificar el primero con la segunda. Un simple ejemplo bastará para mostrar la diferencia, la mayoría estaremos de acuerdo en que la vivienda que habitamos es riqueza, sin embargo, salvo que haya sido construida en este mismo año, no está contabilizada en el PIB. Cuestión distinta es que nuestra vivienda tenga goteras, en ese caso, si decidimos repararla, la transacción que se origina por ello (salvo que la reparemos nosotros mismos con materiales también transformados por nosotros mismo o reutilizados) sí se incluirá en el PIB. Parece evidente y espero que el lector convenga en ello, que el PIB es el flujo de transformación, transformación de los recursos naturales, es decir, de la biosfera, para mantener la riqueza de la sociedad. También para incrementarla pero en mucha menor medida, especialmente cuando en el estado actual de desarrollo de la sociedad y dada la escala de nuestra afección sobre el planeta nuestra prioridad debe ser mantener el capital natural.

Mantener el PIB bajo nos permite preservar el capital natural, y con ello innumerables recursos, algunos de valor económico (como los minerales y combustibles fósiles, la fertilidad del suelo o el agua) y otros no (como el aire con un 19% de oxigeno, la polinización por insectos o un clima estable), que no por no tener valor dejan de ser indispensables para la vida, y por tanto, lo más valioso que tenemos, ya que nada vale tanto como la vida, aunque nuestra teoría del valor no lo considere así, como ya explicamos con detalle en La izquierda en la encrucijada ¿crecimiento o nuevo paradigma?. Lo deseable es que la conservación del capital natural vaya de la mano de un mantenimiento de la riqueza, por ejemplo alargando la vida útil de nuestro capital, o también aumentando su uso, como planteamos en nuestro Programa para una Gran Transformación:

El primer paso para revertir esta situación es que el gobierno abandone como objetivo de su política económica el crecimiento de la producción, y adopte el objetivo de mantener y mejorar tanto el capital natural como el creado por el hombre. Podemos ver un ejemplo concreto con el caso de la vivienda. Los españoles tenemos la necesidad de un techo, y en España había en 2013 más de 26 millones de viviendas. Si pensamos en términos de satisfacer esta necesidad, y no en el de dar trabajo a la gente, una política adecuada sería intentar aumentar el ratio de ocupación, dado que en España hay 3,4 millones de viviendas vacías. Esto nos ahorraría un coste considerable, en preciosos recursos, energía y materiales, y en trabajo (que se reflejaría convenientemente en un descenso del PIB), dado que podríamos ahorrarnos construir las 35.000 viviendas que iniciamos ese mismo año. Por otro lado, el objetivo de mejora del capital existente se reflejaría en mejorar el stock de viviendas construidas para reducir su consumo energético y sus costes de mantenimiento. El mismo principio podría aplicarse al capital natural, como por ejemplo nuestras costas y las pesquerías.

Para aumentar el uso del capital, su acceso en términos de Rifkin, pueden resultar claves las nuevas tecnologías. Hoy en día vivimos un auge de la economía colaborativa, el uso de las tecnologías de la información para crear comunidades en la que cualquiera puede ser cliente o vendedor, sin apenas inversión. Para ver su posible impacto bastan unos números, que se pueden cuestionar, pero que nos dan una idea del orden de magnitud del que estamos hablando, que es de grandes dimensiones. Así, según Anita Hamilton, en EEUU un coche permanece inactivo el 92% del tiempo. Es mucho, Lawrence D.Burns, profesor de la universidad de Michigan indica:

Un servicio coordinado de vehículos compartidos ofrecería el mismo nivel de movilidad que los vehículos particulares, pero con un 80% menos de vehículos y con una inversión mucho menor.

Estamos hablando de cifras realmente estratosféricas, un maná del cielo para cualquier ecologista. El sector automotriz representa en España entre el 6 y el 10% del PIB, en países como México, Brasil o Corea del Sur representa mucho más:


Es decir, en el caso español y teniendo sólo en cuenta el sector automotriz, estaríamos hablando de reducir, en el caso de desarrollar todo su potencial, es decir, que prestáramos todos los servicios que prestan los vehículos privados con vehículos compartidos, entre un 8 y un 5% del PIB. Es un impacto de una magnitud considerable.

Sin embargo, el efecto potencial de la economía colaborativa no se detiene aquí, abarca un gran número de sectores. Según Mayo Fuster Morell en Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa:


El mapa de la producción colaborativa del proyecto P2Pvalue apunta hacia al menos 33 áreas de actividad y hace referencia a 1.300 casos presentes en Cataluña.

Son muchas áreas, pero los que están interesados en ganar dinero en este nuevo campo ven un futuro prometedor en cuatro de ellas: turismo, transporte, compraventa e inversión financiera. La wikipedia añade el alquiler (se podría ampliar al intercambio o préstamo) de bienes, la educación, el arte y las tareas o servicios. Este último epígrafe tiene un potencial mastodóntico, los servicios en España representan el 75% de la economía, si bien restringiéndolo un poco al concepto de “tareas” la tarta se reduce a un nada despreciable 25% del PIB.

En esta imagen, creada por un grupo de corporaciones interesadas en este tipo de economía, y con ejemplos de empresas que están ya en funcionamiento, se muestran 16 sectores o celdas del panal, algunas se subdividen en diversas especialidades.


Si nos fijamos en la celda superior y en el centro “aprendizaje”, a su vez se subdivide en tres celdillas, “compartir libros”, “Peer to Peer” (compartir entre pares) y “guiado por instructor”. Si compro un libro y luego lo comparto se deja de comprar un libro y por lo tanto se reduce el PIB, si alguien que no es profesor profesional pero que domina el árabe me lo enseña, mientras a su vez enseño matemáticas a otra persona, se reduce el PIB, si hago un curso online no hago uno presencial, y aquí el efecto es más ambiguo, ya que el curso online puede ser muy barato y en consecuencia la demanda puede subir, siendo el efecto neto difícil de determinar. Hay que identificar que sectores pueden ser más útiles de cara a reducir los flujos de materia y energía en la economía. En cualquier caso, el campo de aplicación enorme, y los expertos piensan que todo negocio que se pueda convertir en plataforma lo hará, y aunque no en todos, en muchos sectores de negocio el efecto será reducir los intercambios de dinero, que no de bienes y servicios.

Nos encontramos por tanto con una herramienta extraordinaria para reducir el PIB, especialmente teniendo en cuenta que esta reducción se realizaría sin impacto en los servicios que quedan a disposición de la población, al menos en su aspecto esencial. Así por ejemplo, retomando la cuestión de la movilidad antes citada, mantendríamos inalterada la capacidad para desplazarnos, aunque evidentemente tendríamos que organizarnos gracias a la plataforma tecnológica para compartir coche.

¿Qué problema tenemos? Actualmente la economía colaborativa funciona con plataformas extractivas que, sin aportar apenas capital, destruyen trabajos en la economía convencional, con condiciones estándar, para sustituirlos por trabajos precarios y mal pagados, creando en el proceso “valor para el accionista”. Volviendo a citar a Mayo Fuster:

Corporaciones que cuentan a su disposición con ingentes bolsas de “trabajadores y trabajadoras” para la asignación de la demanda, pero a quienes no consideran como tales. Los consideran “no-trabajadores” o trabajadores autónomos e independientes, algo que permite a dichas corporaciones externalizar los medios de trabajo (como ejemplo, el uso del coche propio), así como las cargas sociales y el riesgo, por lo cual no tienen que contribuir al sistema de asistencia médica, ni al seguro de desempleo, ni al seguro contra accidentes ni a pagos de seguridad social.

Tampoco hay leyes que regulen su trabajo o el salario mínimo que deben percibir. Según Trebor Scholz:

Cuando te enteras que los conductores de Uber en Los Ángeles están trabajando por debajo del salario mínimo; cuando se conoce que los trabajadores en CrowdFlower y Mechanical Turk ganan no más de dos a tres dólares por hora [...]

La explotación puede llegar incluso a trabajar gratis.

El robo de salarios, por ejemplo, es un hecho cotidiano en Amazon Mechanical Turk, que tolera explicitamente esta práctica. Los usuarios solicitantes pueden rechazar un trabajo hecho correctamente y evitar el pago. El objetivo de su plataforma, su lógica sistémica, se expresa a través de su arquitectura y diseño, así como en sus condiciones de uso. El robo de salarios es una característica, no un error.

Es terrible pero optimizando el consumo de materiales y energía estamos creando pobreza allí donde menos nos interesa, aunque, por fortuna, tenemos una solución, y son las cooperativas. Personalmente no considero que las cooperativas sean una panacea, como a veces se plantea desde posiciones libertarias. No hay soluciones milagrosas, ni únicas y la crítica de Rosa Luxemburgo suena muy fresca en nuestros oídos tantos años después:

Los trabajadores que forman una cooperativa en el campo de la producción se enfrentan entonces a la necesidad contradictoria de gobernarse a sí mismos con el mayor absolutismo. Están obligados a adoptar hacia ellos mismos el papel de capitalista empresario, una contradicción que da cuenta de la falta de costumbre de las cooperativas de producción que, o bien se convierten en empresas capitalistas puras o, si los intereses de los trabajadores siguen predominando, finalmente se disuelven.

Pero siendo el trabajador dueño de los medios de producción la retribución sería indudablemente más justa. Volviendo a citar a Trebor Scholz:

La premisa central del cooperativismo de plataforma es que aquellos que crean la mayor parte del valor de la plataforma -proveedores como conductores y hospedadores- deberían poseer y controlar las plataformas.

Que esto no sea así se nos antoja mucho más terrible cuando nos percatamos que las plataformas propietarias explotadoras tipo Uber no aportan nada más que un software, es decir, información. Recordando lo que decíamos de la información en mi anterior artículo sobre el procomún:

Si a alguno de ustedes le interesa ser “propietario” de un pedazo de información determinado (ya sea usted el líder de un grupo de rock, ya sea usted un fabricante de motores para la aviación), va a tener que enfrentarse con un importante problema, y es que esa información no se degrada con el uso, y el hecho de que una persona la consuma no impide que otra lo haga también. Los economistas denominan ese fenómeno “no rivalidad”. Una palabra más simple para referirse a él podría ser “compartibilidad” (por “compartible” o susceptible de ser compartido sin menoscabo de uso alguno).

En el precio de una canción de iTunes no tiene influencia alguna la clásica interacción entre oferta y demanda: la oferta de Love Me Do de los Beatles en iTunes es infinita. Y, a diferencia de lo que sucede con los discos físicos, el precio no varía aunque fluctúe la demanda: es el derecho legal absoluto de Apple a cobrar 99 peniques lo que lo fija.

Lo único que tienen que hacer los futuros cooperativistas es clonar el software de las plataformas existentes en la actualidad. Es cierto que no es tan sencillo, el incremento de la complejidad al que tiende el sistema hace que este software deba ser actualizado continuamente, sin embargo, también veo dos fortalezas innegables de las cooperativas, capaces de quebrar el poder de las plataformas propietarias. La primera de ellas es el procomún. Gracias a blog como este podemos difundir información para que la población adopte prácticas que favorecen el bien común, prácticas que les favorecen a ellos. Podemos lograr cierto control sobre los discursos y la información a través de las redes, gracias a la colaboración desinteresada de innumerables personas anónimas, y de esta forma romper la lógica propietaria que hasta ahora había logrado que su mensaje, el que le favorece, fuese hegemónico. En la actualidad, la educación cada vez más amplia del conjunto de la población y la facilidad de acceso a la información está favoreciendo la participación de la ciudadanía en distintos tipos de cooperativas que gestionan servicios que se perciben de gran importancia, y ante los que no se desea interactuar como mero consumidor:

En Berlín, los ciudadanos están formando actualmente cooperativas de servicios públicos para comprar y gestionar la red eléctrica de la ciudad. En la ciudad alemana de Schönau, otra de estas cooperativas de consumo gestiona tanto la red eléctrica como el suministro de gas para la ciudad.

En segundo lugar, las cooperativas pueden trabajar y colaborar entre ellas, creando sinergias y favoreciendo la creación de un auténtico ecosistema cooperativo. Una puede utilizar los servicios de la otra, aprender de su experiencia, compartir clientes o unirse para presionar intentando lograr mejoras legislativas que favorezcan el cooperativismo frente al corporativismo.

Como he dicho antes, no es necesaria una gran cantidad de capital para empezar, aunque desde luego es una barrera importante que algunas plataformas corporativas extractivas dispongan de él. Según Neal Gorenflo en su artículo How platform coops can beat death stars like uber to create a real sharing economy:


Uber no ha logrado cantidades record de capital riesgo para desarrollar una nueva tecnología. Su tecnología es pedestre. La mayor parte de ella fue desarrollada décadas atrás por el gobierno de los Estados Unidos con la financiación de los contribuyentes. Han combinado tecnología antigua de una nueva manera, pero es relativamente fácil de hacer. Los 8.000 millones que han atraído es para establecer un monopolio global – en el mundo físico, real- tan rápido como sea posible. Eso requiere mucho marketing y cabildeo, y eso es caro.


Frente a ello tenemos que mostrar a la población las ventajas de las cooperativas, como su decisión en favor de ellas es vital para su bienestar y el de sus hijos, para ello será necesaria la participación gratuita y desinteresada de cientos de miles de personas en el procomún colaborativo. Es evidente como la Renta Básica Universal podría contribuir a ello. Nos urge. Pongámonos a trabajar.

lunes, 10 de abril de 2017

¿Puede el procomún cambiar el mundo?

Las tecnologías de la información y las comunicaciones han abierto una ventana de cambio en el sistema económico, pero este cambio, de producirse, no será automático, las mayorías interesadas en él tendrán que remar para lograr una economía de producción y consumo distribuido entre iguales que permita una mejora sustancial de nuestras sociedades.



La tecnología cambia el mundo, aunque no siempre de la forma que nos gustaría. Internet y las tecnologías de la información y las comunicaciones han despertado el entusiasmo de varios ensayistas y reformadores sociales que ven en ellas una palanca para cambiar y mejorar el sistema económico. Estas tecnologías harían posible el retorno y la hegemonía de un antiguo, y olvidado, ordenamiento institucional, el procomún, común o bienes comunes.

Tradicionalmente el termino hacía referencia al conjunto de derechos de una comunidad sobre un bien o factor de producción, como por ejemplo el derecho a rebuscar espigas en la tierra después de segarla, o de llevar animales a pastar, o el de recoger las ramas que caían al suelo en un bosque. Dichos derechos eran compatibles con la propiedad privada de los campos o bosques y también podían ser ejercidos en tierras que podemos denominar, incorrectamente pero por simplificar, de propiedad comunal (1).

El procomún cayó en desuso con el auge de lo que a posteriori se denominó sistema capitalista. De hecho, la narrativa más consolidada sobre la transición de la Edad Media a la modernidad suele ensalzar el movimiento de enclosures o cercamiento de campos comunales, es decir, la limitación de los derechos de la comunidad en favor del derecho de propiedad absoluto, como factor esencial de modernización y de progreso. Dicha narrativa idílica ha sido hasta hace poco comúnmente aceptada, ya que era compartida por liberales y marxistas. Para estos últimos “el comunismo tradicional” de los comunes no era sino una forma de perpetuar la miseria y el atraso. Durante las últimas décadas hemos visto esa visión, todavía hegemónica, cuestionada, fundamentalmente por historiadores, que han señalado el papel fundamental de la violencia y el trabajo semi-esclavo en el proceso modernizador.

Un nuevo hito en el desprestigio de los comunes fue la descripción realizada por Garrett Hardin en 1968 en la revista Science de la conocida como Tragedia de los comunes. Según la racionalización de Hardin, los individuos al querer maximizar la utilidad en el uso de un recurso común terminarían sobreexplotándolo. Hardin pone el ejemplo de un pastizal comunal, los incentivos de cada ganadero individualmente son poner a pastar en él todas las cabezas de ganado posibles, y de esta forma, por ejemplo, reducir el gasto en pienso. Esta dinámica terminaría conduciendo a usar en exceso del pastizal, hasta convertirlo en un erial yermo.

Esta racionalización, basada en los preceptos sobre el comportamiento humano aceptados por la economía neoclásica de individualismo y egoísmo, chocaba frontalmente con la realidad de los comunes explotados con éxito durante siglos en la Edad Media, algunos de los cuales, por ejemplo en España, habían llegado hasta nuestros días. Elinor Ostrom se percató de esta discrepancia, poniendo de relieve las reglas que habían permitido la gestión eficiente de los bienes comunes.

Todo esto parece un debate académico sin relevancia en nuestra vida cotidiana. La opinión pública (y publicada) continúa dando vueltas a la eterna controversia entre lo público y lo privado, lo común no existe. Personalmente he intentado hablar de ello con algunas personas con las que por la circunstancia de compartir un largo viaje y una larga conversación terminas hablando de todo, y en general no se entiende. Una cuestión tan trascendente como esta, que está afectando a los pilares centrales de nuestra vida se encuentra completamente fuera del foco de atención.

Porque la emergencia del procomún puede estar siendo suficiente para desestabilizar un sistema construido sobre el frágil equilibrio del crecimiento. Los signos de alarma, lo que la epidermis muestra, son irritaciones de escasa entidad como la Wikipedia y el software libre. Se trata de productos gratuitos y elaborados de forma colaborativa, por la testarudez de algunos hackers que entendieron que era importante que la información no estuviese “cercada”, dado que su coste marginal, el coste de producir una unidad adicional, es cero. Según Paul Mason en su libro Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro

Si a alguno de ustedes le interesa ser “propietario” de un pedazo de información determinado (ya sea usted el líder de un grupo de rock, ya sea usted un fabricante de motores para la aviación), va a tener que enfrentarse con un importante problema, y es que esa información no se degrada con el uso, y el hecho de que una persona la consuma no impide que otra lo haga también. Los economistas denominan ese fenómeno “no rivalidad”. Una palabra más simple para referirse a él podría ser “compartibilidad” (por “compartible” o susceptible de ser compartido sin menoscabo de uso alguno).
En el precio de una canción de iTunes no tiene influencia alguna la clásica interacción entre oferta y demanda: la oferta de Love Me Do de los Beatles en iTunes es infinita. Y, a diferencia de lo que sucede con los discos físicos, el precio no varía aunque fluctúe la demanda: es el derecho legal absoluto de Apple a cobrar 99 peniques lo que lo fija.

La Wikipedia ha desintegrado el negocio de las enciclopedias, una circunstancia que apenas tiene incidencia en nuestro devenir (salvo por el hecho afortunado de que ya no llamará nadie a nuestra puerta para vender una enciclopedia), pero no por ello debemos subestimar en el impacto del procomún y las tecnologías de la información en la economía. Quién hace un curso gratuito por internet no hace un curso presencial, y quién lee un blog no compra un periódico. Hace unos meses podíamos leer en La Proa del Argo como las redes sociales están acabando con el negocio tradicional de las revistas de moda y del corazón. Todos estos pequeños impactos sumados, que en cada uno de los sectores afectados a lo mejor alcanzan a corroer no más del 10% del negocio, podrían ser suficientes para estar paralizando el sistema. Según Jeremy Rifkin en su libro La sociedad de coste marginal cero:

Tras la Gran Recesión, el PIB mundial ha ido creciendo a un ritmo cada vez menor. Aunque los economistas señalan, entre otras causas, el elevado coste de la energía, los factores demográficos, el lento crecimiento del empleo, la deuda pública y privada, la creciente proporción de la renta mundial que va a parar a los más ricos, y la prudencia del consumidor que se traduce en no gastar, puede que haya otro factor subyacente de gran alcance que, aun siendo todavía incipiente, explique al menos es parte esta desaceleración del PIB. A medida que el coste marginal de producir bienes y servicios se va acercando a cero en un sector tras otro, los beneficios disminuyen y el PIB se reduce. Por otro lado, el hecho de que más bienes y servicios sean prácticamente gratuitos hace que se compre menos en el mercado, lo que también reduce el PIB. También se venden menos productos en la economía del intercambio porque en la economía del compartir cada vez hay más personas que optan por reciclar y redistribuir productos ya comprados, y esta extensión de la vida útil de los productos también supone una reducción del PIB. También crece el número de consumidores que prefieren acceder a ciertos bienes antes que tenerlos en propiedad y deciden pagar únicamente por el tiempo que utilizan un automóvil, una bicicleta, un juguete, una herramienta o cualquier otra cosa, lo que también se traduce en una bajada del PIB. Además, a medida que la automatización, la robótica y la inteligencia artificial sustituyen a decenas de millones de trabajadores, la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores también repercute negativamente en el PIB. Y cuanto más crece el número de prosumidores, más actividad económica pasa de la economía de intercambio en el mercado a la economía del compartir en el procomún colaborativo con la correspondiente contracción del crecimiento del PIB.

Tras ser instituido el mercado como elemento central organizador de la economía esta ha venido desarrollando un comportamiento cíclico, con ciclos cortos y largos. Los ciclos largos se han caracterizado por el cambio tecnológico. Así, cuando un conjunto de tecnologías alcanzaban su madurez, por ejemplo el ferrocarril y la caldera de vapor, sobrevenía un periodo largo de estancamiento, que se rompía con la aparición de nuevas tecnologías (electricidad, motor de explosión, automóvil), cuyo despliegue provocaba una nueva fase alcista. Las tecnologías de la información y las comunicaciones serían la primera excepción a este patrón, ya que por sus características no favorecerían la economía del intercambio, sino la del compartir. Considero que esta tesis, dados los hechos, es cierta, al menos parcialmente. De esta circunstancia Rifkin deriva, de una forma determinista que recuerda al pensamiento marxista (las instituciones determinadas por las condiciones materiales, en este caso la tecnología), la emergencia ineludible de un nuevo sistema económico, horizontal y basado en la abundancia, en lugar de la escasez.

Junto al hecho de que la información sea un bien no rival cabe señalar en favor de esta tesis el carácter distribuido de la producción en red a la que da lugar, característica que es compartida por las energías renovables. La propia naturaleza de estas redes hace que sea lógico facilitar el acceso al mayor número de personas. Según Rifkin:

Rose señala con agudeza que el derecho consuetudinario de celebrar festejos en el procomún es pertinente al debate actual sobre el derecho de acceso universal a los espacios sociales de Internet. Rose afirma que cuantas más personas participan en festivales, bailes, deportes y otras actividades sociales en la plaza pública, “más valor tienen esas actividades para cada participante”. Según ella, esto <<es lo contrario de la “tragedia del procomún”: es la “comedia del procomún” que se expresa de manera tan acertada en la frase “cuantos más, mejor”>>

Sin embargo, yo veo problemas bastante evidentes para que fluya este nuevo maná tecnológico. La estructura de poder en nuestra sociedad es la que viene heredada del sistema económico vigente, muy desigual. Los actores relevantes usarán su poder para mantener el sistema tal y como está, de hecho ya lo están haciendo. Según Mason:

Ante el hecho de que la información corroe el valor, las empresas responden con tres tipos de estrategia de supervivencia: la creación de monopolios sobre esa información y la defensa enérgica de la propiedad intelectual; el enfoque consistente en “patinar hasta el filo del caos”, tratando de sobrevivir en ese diferencial que queda entre la oferta en expansión y la caída de los precios; y el intento de capturar y explotar una información producida socialmente, ya sea obteniendo datos cedidos por sus consumidores, ya sea imponiendo contratos a sus programadores que estipulan que la empresa es dueña del código que estos escriben en su tiempo libre.

Cabe destacar que los monopolios parecen ser la norma en el sector de las tecnologías de la información y las comunicaciones (Microsoft, Google, Apple, Amazon, Facebook). Tal parece ser, según nos aclara Mason, el estado natural de las cosas:

En el infocapitalismo, un monopolio no es táctica inteligente más con la que maximizar beneficios: es el único modo de mantener un sector de negocio. Asombra el pequeño número de compañías que tienen posiciones dominantes en cada uno de ellos. En sectores tradicionales, por ejemplo, lo normal es que existan de cuatro a seis grandes actores en cada mercado: las cuatro grandes empresas de contabilidad; los cuatro o cinco grandes grupos de supermercados; los cuatro grandes fabricantes de turborreactores. Pero las marcas señeras del ámbito de la infotecnología necesitan un dominio total de cada uno de sus mercados: Google necesita ser la única compañía en el terreno de los buscadores; Facebook tiene que ser el único lugar en el que las personas construyan su identidad digital; Twitter, el foro por excelencia donde publican sus pensamientos; iTunes, la tienda de música digital de referencia; etcétera.

Ello, y este es un punto esperanzador, nos conduce inevitablemente a un menor bienestar del que podríamos alcanzar, citando ahora a Christian Laval y Pierre Dardot en su libro Común. Ensayo sobre la revolución del siglo XXI:

Según Charlotte Hess y Elinor Ostrom, el problema fundamental del conocimiento se reduce hoy en día a un problema de captura digital […] La productividad del conocimiento debe ser garantizada por reglas bastante parecidas a las que protegen la renovación del stock de recursos naturales. No poder o no querer establecer estar reglas sociales conduciría directamente a lo que Michael Heller, a propósito de los derechos de propiedad en el campo de la investigación biomédica, ha llamado “la tragedia de los anticomunes”. Se trata de impedir el agotamiento de la innovación y de la creación, engendrado por los derechos de propiedad y la comercialización.

Y señalo que este punto es esperanzador dado que la sociedad civil, si alguna vez supera su peligrosa fascinación por la tecnología y por personajes como Elon Musk, el nuevo superheroe del sistema, evidentemente se rebelará contra esta pérdida de bienestar, siempre que esté informada de ello, y considero que es probable que lo esté, dado que precisamente las tecnologías de la información y las comunicaciones están corroyendo también el dominio de las élites sobre lo pensable, como prueba que Donald Trump haya ganado unas elecciones sin el apoyo de ni siquiera un medio de comunicación convencional.

Quizás más preocupante que la estructura de poder heredada del anterior sistema económico sea la facilidad con la que Rifkin y Mason extrapolan el principio del coste marginal cero al conjunto de la economía. Sí, es cierto, producir una unidad adicional de información tiene un coste cero, pero no ocurre lo mismo con un tomate, una unidad adicional necesita más tierra, más agua y más insumos. Lo mismo puede decirse de un automóvil, una unidad adicional, a pesar de que sea un bien que contenga cantidades ingentes de información, seguirá teniendo un coste marginal elevado.

Siendo realistas lo que cabe esperar es que las élites utilicen el poder que mantienen en los sectores económicos tradicionales para afianzar monopolios en el sector de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Si el desempleo y la miseria se va fuera de control siempre se puede recurrir al Estado para que reparta algunas migajas, por ejemplo mediante un plan de empleo público garantizado que apuntale el sistema.

Con este realismo no quiero desanimar a todos aquellos que creen que es posible mejorar las condiciones de vida de los seres humanos, al contrario, tenemos un palanca en la que apoyarnos, sin embargo esta no actuará por si sola, tendremos que ser nosotros los que con nuestras acciones propiciemos el cambio. Precisamente el actuar común está en el núcleo del cambio de paradigma. Volviendo a Laval y Dardot:

La consecuencia que aquí extraeremos es que el término “común” es particularmente apto para designar el principio político de una coobligación para todos aquellos que están comprometidos en una misma actividad. En efecto, hay que entender el doble sentido contenido en munus: al mismo tiempo la obligación y la participación en una misma “tarea” o una misma “actividad” -de acuerdo con un sentido más amplio que el de la estricta “función”-. Hablaremos aquí de actuar común para designar el hecho de que haya hombres que se comprometen juntos en una misma tarea y produzcan, actuando de este modo, normas morales y jurídicas que regulan su acción. En sentido estricto, el principio político de lo común se enunciará, por tanto, en estos términos: “sólo hay obligación entre quienes participan en una misma actividad o en una misma tarea”. Excluye, en consecuencia, que la obligación se funde en una pertenencia dada independientemente de la actividad.

Este principio de lo común puede extenderse más allá del ámbito de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Dardot y Laval ponen el ejemplo de la agricultura, con un común de semillas:

Tenemos ahí un buen ejemplo de la institución de común mediante la fijación de ciertas reglas, destinadas al mismo tiempo a luchar contra la biopiratería y a asegurar una puesta en común efectiva de los saberes, ya que esta puesta en común no es únicamente local sino ya transnacional. Tal institución, lo más alejada posible de lo que es el Banco Mundial de Semillas -controlado por los Estados y por las grandes empresas-, ganaría coordinándose con otras instituciones del mismo tipo a escala mundial, de tal manera que se creen las bases para un común mundial de semillas. En todo caso, un ejemplo como éste nos enseña que la “guarda” de un común sólo puede ser confiada a quienes hacen de él un co-uso, y no a los Estados, que no pueden ser considerados como los guardianes de las “cosas comunes” encargados de dictar las leyes de obligado cumplimiento. El uso instituyente de los comunes no es un derecho de propiedad, es la negación en acto del derecho de propiedad en todas sus formas, porque es la única forma en que es posible hacerse cargo de lo inapropiable.

Es necesario que la población tome conciencia de la emergencia de este principio de “lo común”, en contraposición a lo público y lo privado, y que usemos las instituciones que tenemos (aún cuando queramos cambiarlas) para potenciarlo. Es evidente la potencia que tendría una Renta Básica Universal para dinamizar el trabajo colaborativo y horizontal en el procomún, por poner sólo un ejemplo, quizás el de mayor transcendencia.

La posibilidad existe, en este artículo hemos explorado parte de ella. En uno posterior hablaré de la economía colaborativa, un tipo de actividad potenciada por las tecnologías de la información y las comunicaciones, ya que se suelen utilizar plataformas digitales como medio para conectar a los prosumidores interesados en el intercambio. El potencial disruptivo de la economía colaborativa es enorme, por ello merece un análisis específico.


(1) No es muy correcto hablar de propiedad comunal, dado que en realidad se trata de cierto tipo de derechos que los usuarios pueden ejercer sobre el bien, y que excluyen la mayoría de los usos que un auténtico propietario puede dar a un bien de su propiedad, por ejemplo venderlo, destruirlo, etc.