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lunes, 14 de noviembre de 2016

Zygmunt Bauman y la crisis de los refugiados en Europa

En su libro “Modernidad y Holocausto”, que recibió el Premio Europeo Amalfi de Sociología y Teoría Social en 1989, Zygmunt Bauman analizaba las causas del Holocausto y la maquinaria de destrucción en todos los sentidos en la Europa de la II Guerra Mundial, en un intento de profundizar en el repaso superficial que tanto sociólogos como historiadores habían hecho del desastre nazifascista y los crímenes de guerra perpetrados tanto por el Eje como por los aliados.

Pero, ¿qué tiene que ver el origen del Holocausto y los crímenes de guerra de la II GM con la crisis de refugiados en Europa hoy día? Sencillamente ambos fenómenos son una consecuencia natural del proceso civilizador y el énfasis en las aspiraciones de racionalidad que no han de interferir en las normas éticas o inhibiciones morales.

Y es que a lo largo de la obra, Bauman vuelve una y otra vez a las raíces de la modernidad, que desembocó en «el proceso civilizador (…) un proceso por el cual se despoja de todo cálculo moral la utilización y despliegue de la violencia y se liberan las aspiraciones de racionalidad de la interferencia de las normas éticas o de las inhibiciones morales . Hace ya tiempo que se reconoció que una de las características constitutivas de la civilización moderna es el desarrollo de la racionalidad hasta el punto de excluir criterios alternativos de acción y, en especial, la tendencia a someter el uso de la violencia al cálculo racional. Debemos aceptar, entonces, que fenómenos como el del Holocausto son resultados legítimos de la tendencia civilizadora y una de sus constantes posibilidades.»

Las propias bases de la sociedad moderna, y en el caso de la crisis de refugiados en Europa la posmoderna, son aquellas descritas por Max Weber en que las condiciones de la gestión racional – separando por ejemplo la empresa del hogar o la renta privada del erario público – han sido creadas para detraer la acción racional y las normas irracionales – como los juicios éticos y morales -, haciendo que las personas sean inmunes a postulados como la asistencia mutua, la solidaridad o el respeto recíproco que se desarrolla en las relaciones no comerciales.

DISCIPLINA CONTRA RESPONSABILIDAD MORAL

La sociedad nazi no era un mundo de barbarie donde los salvajes imponían la ley de la selva, justamente al revés, el experimento revela hasta qué punto la sociedad racional y científica es capaz de generar destrucción al hacer que las personas queden desarraigadas de moral y sentimientos.
Herbert C. Kelman hizo un análisis brillante sobre las inhibiciones morales, que disminuyen cuando se cumplen tres requisitos separados o juntos: violencia autorizada por órdenes de superiores o departamentos legalmente competentes, violencia normalizada en la rutina del gobierno – por ejemplo los funcionarios -, y la deshumanización de las víctimas.

La sociedad industrial y eficiente alemana en el período nazifascista, donde había que obedecer órdenes de superiores por encima de cualquier consideración personal, haciendo gala de una disciplina germana que incluso hoy día se sigue explotando como “marca propia”, hizo posible destruir la identidad individual y sacrificar cualquier interés personal al someterse a la disponibilidad de la organización, al sacrificio personal por un orden superior que el propio Max Weber definió como deber del funcionario: «El honor del funcionario reside en su capacidad para ejecutar a conciencia las órdenes de las autoridades superiores, exactamente igual que si las órdenes coincidieran con sus propias convicciones. Esto ha de ser así incluso si las órdenes le parecen equivocadas y si, a pesar de sus protestas, la autoridad insiste en que se ejecuten». Fue precisamente cuando la sociedad alemana quedó inmersa en esta concepción cuando la disciplina sustituyó a la responsabilidad moral.

CUANDO LA CULPA ES DE TODOS, NO ES DE NADIE

Weber terminaba su descripción del honor del funcionario subrayando «la responsabilidad personal exclusiva» del dirigente, «responsabilidad que no puede ni rechazar ni traspasar». Este adoctrinamiento estaba profundamente enraizado en los funcionarios del III Reich, quienes sistemáticamente justificaban su trabajo alegando que eran meros empleados que obedecían órdenes de superiores.

Ascendiendo en la cadena de mando, nadie asumía responsabilidad alguna porque todos estaban obedeciendo órdenes de superiores.

Pero, ¿cómo pudo gente completamente normal y corriente participar en la maquinaria asesina nazi? Bauman compara el colaboracionismo y la mirada hacia otro lado con los trabajadores de una fábrica de armamento a los que les sobreviene un maravilloso aplazamiento de cierre de su fábrica gracias a que ha estallado una guerra en un país lejano. Estos empleados se van a casa y mientras cenan asisten lamentándose a las imágenes de niños mutilados, mujeres violadas y hombres desangrados en países exóticos.

La enorme ola de intermediarios en todos los sectores productivos y de logística es fundamental para tomar distancia individual de las consecuencias de un determinado modelo de consumismo y forma de vida. A consecuencia de ello nadie se atribuye actos conscientemente, porque todas las personas se sienten instrumentos inocentes de una voluntad ajena. Al no tener conocimiento de primera mano de las consecuencias de sus actos, incluso el mejor de los seres humanos se mueve en un vacío moral.
De alguna manera estamos acostumbrados a asociar que hay alguien planificando y siendo responsable de cada suceso en el mundo, por eso nos es difícil aceptar que con más frecuencia de la deseada no hay ninguna persona o grupo que haya planificado y esté realizando un mal concreto. Esto significa que incluso nuestras propias acciones, a través de efectos remotos, pueden contribuir a provocar sufrimientos.

UN MUNDO DE DECISIONES RACIONALES

Primero las personas eran metidas en trenes de ganado y trasladadas cientos y miles de kilómetros durante varios días, hacinadas y sin acceso a mínimas condiciones de higiene o intimidad. Cuando llegaban al campo de exterminio se les metía en las eufemísticas duchas, que no eran sino un oasis en la mente de quienes habían sido sometidos a tratos tan denigrantes. Pero incluso para quienes sabían qué sucedía en aquellas “duchas”, se les ofrecía una elección racional entre morir acribillados a balazos o torturados por los soldados al insubordinarse al orden establecido o sufrir una muerte “rápida e indolora”.

¿Y los empleados de los campos de exterminio? Incluso la industria de la muerte nazifascista se fue perfeccionando y llegó a reducir el papel del asesino a “oficial de sanidad” que debía vaciar un saco de “productos químicos desinfectantes” por una apertura en el techo de un edificio cuyo interior no debía visitar.

El Holocausto fue un éxito de eficiencia administrativa y técnica gracias a la utilización de la burocracia y la tecnología moderna. Se fue tomando progresiva distancia entre los empleados de la maquinaria mortal y las víctimas hasta que éstas llegaron a ser invisibles.

Franklin M. Littell se preguntó ¿qué tipo de facultad de medicina educó a Mengele y sus amigos? o ¿qué departamentos de antropología prepararon al personal del Instituto de la Herencia Ancestral? La respuesta es sencilla, el proceso de racionalización, que ha desembocado en el silencio moral.

LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS EN EUROPA

¿Pueden los países europeos, que todavía arrastran las causas y consecuencias de la crisis económica internacional de 2008, acoger a más de tres millones de personas que huyen de las guerras en el norte de África y el Medio Oriente?

Los refugiados suponen una carga económica que merma la rentabilidad y eficiencia de las empresas y sociedades europeas. Lo importante es seguir trabajando para aumentar la productividad y volver a “la senda del crecimiento” que desemboque en los años dorados del período 2000-2007, si para ello es necesario fomentar guerras en el norte de África para instalar gobiernos como el de Turquía, dispuestos a reprimir en sus fronteras y abrir campos de concentración a cambio de una ola de miles de millones de euros en “ayudas”, adelante con ello.

Es lo racional, es lo que manda el sentido común. Es la posmodernidad, la hija de la modernidad que parió el Holocausto.

3 comentarios:

  1. muy claro, sin ruidos académicos, solamente algunas referencias innecesarias. Todo casi perfecto para el mundo europeo. Un otro mundo se levanta y crece sin ni siquiera mencionar un Holocausto, no por negar su existencia, sino por vivir otras realidades.

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  2. Se olvida de que los refugiados vienen con su violencia, con sus diferencias religiosas, y que no están dispuestos muchos,a integrarse.Al final no es lo mismo el nazismo y el islamismo tienen mucho en común, sobre todo degradar a la persona ante una ideología-religión.

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    1. Andrés FG, se olvida usted de que los refugiados huyen precisamente de la violencia que ha arruinado sus pacíficas vidas, una violencia llevada a sus lugares de origen por la "racionalidad" de los intereses geopolíticos de varios poderes nacionales. Lo de "su violencia" es tremendamente injusto, y delata precisamente hasta qué punto un sector de la opinión pública está dispuesta a engañarse y a aceptar la "razón" de estado con tal de que nada incomode sus "racional" estilo de vida.
      Dejo un enlace para reflexionar un poco más sobre esto: Desamparo, sectarismo y guerra.

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