Este es el blog de la asociación Autonomía y Bienvivir, no dejes de visitar nuestra página web, para conocer nuestro ideario: Visitar página web

lunes, 26 de octubre de 2015

Colapso y pasividad


Una postura extendida, y bastante cómoda, entre los críticos con nuestra sociedad, y en especial aquellos que piensan, como nosotros, que nuestra relación con el planeta es insostenible, es considerar que nuestra civilización se enfrentará en un plazo no demasiado prolongado a un colapso inevitable ¿Por qué digo que es una postura cómoda? La información nos sirve para tomar decisiones, y en este caso, lo inevitable del colapso sirve para justificar la inacción. De nada sirve luchar contra nuestro destino cuando este se encuentra gobernado por fuerzas que exceden con mucho aquellas del individuo aislado. En esta visión, la humanidad aparee guiada por fuerzas ciegas, que generalmente se relacionan con la “naturaleza humana”, nuestro egoísmo innato, algún oscuro gen del pasado reptiliano que continúa guiando nuestra mente sólo superficialmente racional.

Estas ideas no son nuevas, en otras ocasiones ya henos citado a Cornelius Castoriadis para desechar este fatalismo. Al fin y al cabo estas ideas no son distintas de aquellas que pretenden que nuestro orden social viene determinado por una causa externa al ser humano, generalmente de origen divino, que hace que este orden sea, de hecho, inalterable. La historia nos muestra que esto no es así, al igual que la lógica, el orden social se construye gracias a la suma de decisiones y acciones humanas, condicionadas, en efecto, por el proceso de endoculturación, pero no tanto para lograr una sociedad completamente rígida e inmutable. En definitiva, y como bien explica Castoriadis, todas las sociedades crean sus instituciones, aunque algunas decidan negar esa creación.


Sí, es cierto, estamos sometidos a leyes físicas que no son negociables. Necesitamos energía para hacer cosas, y la cantidad de energía que podemos usar de forma permanente está limitada por la que nuestro planeta recibe del Sol. Si no queremos alterar gravemente el equilibrio de nuestro planeta, como mucho podremos usar una pequeña fracción de esa energía. Sin embargo, la historia nos enseña que el uso que puede hacer el ser humano de esta energía es muy variable, no aprovechaban la misma las sociedades de cazadores recolectores que los romanos al comienzo de la era cristiana, y sin embargo los holandeses del siglo XVIII, antes del carbón y la máquina de vapor, disponían de más energía que los romanos. La cantidad de energía de la que podemos disponer a corto y medio plazo es un límite, pero no está escrito sobre piedra que no seamos capaces de adaptarnos a ese límite.

El fondo de la cuestión es que el colapso no es una cuestión física, sino social. Quienes lo han estudiado, y recientemente tenemos ejemplos notables, como Jared Diamond en Colapso: Por qué algunas civilizaciones permanecen y otras desaparecen o Joseph Taintier en The collapse of complex societies, y Ronald Wright en Breve historia del progreso, nos vienen a decir lo mismo, el colapso no es inevitable, es posible adaptarse, otras sociedades lo han hecho en el pasado. Citando al último de estos autores:

Dos de los cuatro casos que hemos considerado hasta aquí, la isla de Pascua y Sumer, no pudieron recuperarse porque sus sistemas ecológicos no admitían regeneración. En los otros dos, Roma y los mayas, el declive se inició en sus territorios centrales, donde la demanda ecológica había sido exorbitante, pero dejaron sociedades remanentes cuyos descendientes han sobrevivido hasta la época contemporánea. Durante mil años la densidad de población fue escasa, y las tierras de ambos pudieron recuperarse con la ayuda de las cenizas volcánicas y las pandemias. Italia no se parece a la isla de Pascua,; Guatemala no es Sumer.

Hallamos ahí un enigma. Si las civilizaciones se destruyen con tanta frecuencia a sí mismas, ¿por qué ha salido tan bien el experimento de la civilización en general? Si Roma, en el largo plazo, no pudo alimentarse a sí misma, ¿cómo es posible que cada poblador de la Tierra en tiempos romanos haya engendrado una descendencia de treinta habitantes vivos en la actualidad?

La regeneración natural y las migraciones humanas nos proporcionan parte de la respuesta […]

Una segunda respuesta es que aunque la mayoría de civilizaciones han agotado los límites naturales y han desaparecido al cabo de un milenio o un período parecido, algunas han escapado a ese destino. Egipto y China continuaron utilizando la energía derivada del fuego son agotar sus recursos naturales durante más de tres mil años.

El colapso de las civilizaciones no es inevitable, y además nuestra civilización presenta una ventaja decisiva sobre el resto, conocemos el destino de las anteriores.

La gran ventaja que tenemos, y nuestra mejor posibilidad de evitar el destino de las sociedades del pasado, es que nosotros sabemos lo que ocurrió con ellas. Podemos ver cómo y por qué acabaron mal. El Homo sapiens dispone de información para saber lo que él mismo es: un cazador de la era glacial, evolucionado a medias hacia la inteligencia, astuto pero raramente sabio.

Es hora de aprovechar esta información. El problema del colapso, o de forma más general, el problema de la sostenibilidad es un problema social, es el problema de lograr un comportamiento, una respuesta colectiva. Desde nuestra asociación, modestamente, hemos planteado en varias ocasiones la cuestión, en nuestro Programa para una Gran Transformación enumerábamos una serie de medidas políticas, que necesariamente tienen que ir unidas a un fuerte movimiento de base, que nos ayudarían a transitar hacia la sostenibilidad; mientras que en Una modesta utopía nos centrábamos en describir el resultado ideal de ese proceso, tratando de mostrar un objetivo deseable, que anime a la ciudadanía a ir uniéndose a ese fuerte movimiento de base que necesitamos.

El debate continúa abierto, y será cada vez más candente, según se vayan uniendo a élvoces con fuerte peso mediático como la del papa Francisco. Es hora reforzar nuestro empeño, no sólo advirtiendo de los peligros, sino con propuestas constructivas que vayan señalando el camino hacia el que será necesario dirigirnos. No hacer nada, aunque sea porque creemos que nuestras acciones no van a tener ninguna repercusión, es equivalente a pensar que los estados que se puedan derivar de nuestras acciones son equivalentes. Sin embargo, es sencillo rechazar las posturas nihilistas, es mejor evitar el colapso que no evitarlo, y es mejor pilotarlo de forma suave que sufrirlo de forma caótica. Hay estados mejores y peores, y esos son los que debemos buscar colectivamente.

domingo, 18 de octubre de 2015

Educación para una sociedad autónoma


 Es indudable que si se quiere alcanzar, o, mejor dicho,  caminar hacia una sociedad autónoma, la educación es una herramienta importante para ello. Una sociedad autónoma requiere de individuos autónomos-no confundir con atomizados-, y para tal menester es necesario investigar qué tipo-o tipos de educación- se debería favorecer .

Para nosotros está claro que el autogobierno individual y colectivo requiere de gentes que amen el pensamiento y la reflexión.

Pero no un pseudopensamiento, o una pseudoreflexión, es decir las ideas que las sociedades heterónomas introducen en las gentes desde la infancia hasta la muerte a través de sus instituciones: desde la escuela a los medios de comunicación, las Empresas, los partidos políticos, las Iglesias y un largo etcétera. Porque esto no puede considerarse pensamiento, sino más bien adoctrinamiento, propaganda, o repetición de lo exigido sin más.

La escuela, tal como la entendemos actualmente, es una creación de la Revolución Industrial, cuyo fin era preparar a los niños para ser futuros siervos de la máquina. 

Lo importante, por tanto, era adecuarlos a la mentalidad asalariada, es decir a la ciega obediencia, al silencio, a la sumisión, al aprendizaje sólo memorístico.

La escolarización masiva, desde esa perspectiva, y viendo la degradación y las crisis múltiples de las sociedades de la modernidad, al igual que el aumento de los años de estudio con la generalización también de los estudiantes universitarios, no está dando resultados.

Conectando con el anterior tema del blog, Una modesta Utopía, vemos como el pensamiento creativo y constructivo ha desaparecido prácticamente, y lo mismo puede decirse del arte contemporáneo, en general una tumba de la belleza, de lo elevado, de lo inspirador.

Y las cosas pintan peor, pues parece que el sistema quiere ir eliminando las materias de humanidades, como la filosofía, para ir acercándose a su meta, su Utopía en sentido negativo -distopía-, a nuestro modo de ver una sociedad desgajada de sus raíces humanísticas, o sea una masa, o, mejor dicho ya ni eso, un populacho, al que sólo interesa la búsqueda del dinero y los goces y placeres en su sentido más bajo. 

De esa manera la caída en la infrahumanidad, ya en clara marcha, se hará mayor-aunque las crisis sobre crisis que definen la actualidad hace que esa distopía sea poco factible, al haber cada vez menos dinero que repartir y menos trabajo, y por tanto también menos posibilidades de hedonismo degradador-.

Si aceptamos por tanto que la escuela y la universidad, como están estructuradas, no nos sirven para dar pasos a una nueva y mejor sociedad, hay que estudiar cómo queremos que sea la enseñanza.

Aquí se abren diversos caminos, que van desde las llamadas escuelas libres, hasta el más radical y contundente, la sociedad desescolarizada de Ivan Illich, entre otros.



Dejando un poco de lado esta segunda opción, como más lejana en el tiempo-aunque a tener en cuenta-, entraremos a definir algunos cambios para lograr un sistema educativo que tenga a la persona, al humanismo como bandera.

Para favorecer el amor al conocimiento, y el desarrollo del pensamiento libre, creativo y crítico, sin negar el espacio a la memoria, que no debería ser despreciada sin más, hay que favorecer la lectura y los trabajos tanto individuales como grupales, sobre multitud de temas, siempre intentando que interesen a niños y jóvenes: estos temas pueden ser múltiples, desde temáticas específicas a otras amplias, como la amistad, el amor, la solidaridad, la violencia, la muerte, la injusticia, la marginación…

De esta manera se favorecerá que los niños no vivan en una burbuja, sino que vayan siendo progresivamente conscientes de la realidad que los rodea, y empiecen a pensar por su propia cuenta.

Habrá que apoyar, para que la palabra valores no sea mera teoría, la visita y la colaboración de los críos y adolescentes a centros de discapacitados, residencias, hospitales… observando, ayudando y colaborando con todos estos sectores sociales, para ir reduciendo la incomprensión y la discriminación. De hecho debe alentarse el que “discapacitados” y no discapacitados puedan estudiar y aprender conjuntamente, en la medida de lo posible. Y por supuesto la resolución no violenta de los conflictos.

Una sociedad autónoma requiere, como valores, la frugalidad, el autocontrol de las pasiones y deseos materiales, y también del poder sobre otros. Por tanto se valorará la enseñanza de la filosofía clásica grecorromana, no sólo como ahora las figuras de Platón y Aristóteles, sino de todas las corrientes y figuras, desde pitagóricos, a estoicos, cínicos o epicúreos que con sus diferencias, enseñaban la importancia de la virtud, la libertad como no esclavizarse a las cosas o mercancías, la frugalidad y el disfrute sano, la templanza, la no desmesura.

El holismo debería ser una de las bases de la nueva sociedad, por lo tanto junto al impulso a las humanidades debería alentarse el estudio de ciencias como la cosmología, pues nada más importante que conocer de dónde venimos y hacia dónde vamos. La física cuántica, con su nuevo paradigma de que todos y todos estamos unidos, o entrelazados, y la importancia de la conciencia en los fenómenos físicos, y la antropología, para conocer como éramos, como nos organizábamos en el pasado, deben ser expuestos a los niños.

También por supuesto las necesidades afectivas, o emocionales deben tener su espacio, junto a lo creativo ahora marginado: escritura, música, teatro, danza, relajación, pintura, entre otras.

Siguiendo a Franco Frabboni, en La escuela del Laboratorio, es esencial  crear ámbitos y espacios dedicados a las tareas más olvidadas de la escuela: la experimentación, la investigación y la permanente creatividad.



Estos talleres-laboratorios serían espacios anejos a la escuela articulados para diferentes actividades investigadoras y creativas, lo más ajenas posibles a la relación profesor-alumno, y más cercanas a la antigua maestro-discípulo, en sentido adulto: pictórico, teatral, musical, juego, construcción, científico, ambiental, deportivo…algunos, o muchos, podrán ser al aire libre.

Pero en una sociedad democrática en su verdadero sentido, o sea autogobernada, la enseñanza, el aprendizaje, debe darse en toda la vida de la persona. Al contrario que ahora, el título, la titulación, irá perdiendo fuerza por el ansia de conocer sin más-sin que eso signifique su desaparición, pues siempre serán necesarios trabajos muy técnicos, salvo que todo se derrumbe de tal forma que volvamos a la época de las cavernas-.

Lo mismo que la escuela debería ir siendo el centro de la vida barrial, dándose en ella todo tipo de actividades y acercando a niños y adultos, al contrario que ahora, que son mundos totalmente ajenos uno a otro-y no respetando, por tanto, a los primeros-, cualquier lugar puede servir para aprender, tanto a unos como a otros.

Museos, cines, teatros, centros culturales, tiendas, ateneos, el campo…deben servir como lugar de encuentro para aprender. Si una persona, con cuarenta años, tiene ganas de aprender todo lo que su mente y capacidad le permita de física, por ejemplo-pues su formación ha sido más de letras-, debería poder hacerlo sin que eso implique pagar dinero o hacer una carrera-o viceversa, alguien que haya querido centrarse más en lo científico, tendría el mismo derecho a abrirse a temas puramente humanísticos-.

Estos son sólo algunas pinceladas de cómo vemos nosotros una enseñanza más cercana a una colectividad autónoma. Las gentes del futuro, en cada comunidad, decidirán cuál prefieren, si algo de lo que hemos aportado, u otra cosa más radical, como eliminar las escuelas por una educación sin ellas.


El futuro es abierto y libre, o eso queremos que sea.


lunes, 12 de octubre de 2015

Una modesta utopía

Estamos viviendo una época crucial a partir de la cual la disponibilidad de recursos energéticos decrecerá de manera inexorable condicionando nuestro futuro. Sin embargo gran parte de lo que ocurra dependerá de la respuesta que demos como sociedad a ese destino. ¿Cómo afrontarlo? Lo primero que deberiamos tener en cuenta es que el despilfarro de los recursos no está siendo útil para la satisfacción de nuestras necesidades humanas, más bien la contrario, no impide que vayamos a peor de forma de momento lenta pero constante ¿Y acaso el choque con los límites del planeta no indica que en los tiempos de abundancia energética nos hemos conducido de modo inadaptado si no enfermizo? Para responder a este dilema necesitamos plantearnos algún futurible ideal que nos sirva de contraste. Al igual que la ciencia avanza aventurando hipótesis que se refutan o se validan, es posible utilizar el pensamiento utópico como herramienta para intentar descubrir cómo sería una vida en común adaptativa y saludable. En este caso la verificación, irreductible a las mediciones y al cálculo, deberá buscarse en el consenso a partir de una deliberación pública prolongada en el tiempo. Pero una utopía debe ser sobre todo inspiradora. Sólo podremos dar una respuesta adecuada al porvenir renovando el imaginario que nos permite organizarnos en algún sentido compartido.

Desde la asociación Autonomía y Bienvivir hemos decidido abordar modestamente este reto proponiendo una utopía concreta junto a una reflexión sobre el pensamiento utópico. Fruto de este trabajo colectivo es el artículo que enlazamos a continuación y que ha sido publicado en el blog de Antonio Turiel, The Oil Crash

http://crashoil.blogspot.com.es/2015/09/una-modesta-utopia.html
http://crashoil.blogspot.com.es/2015/09/una-modesta-utopia.html

A su vez el artículo ha dado lugar al siguiente debate radiofónico que recogió el Colectivo Burbuja en su programa Ampliando el debate:



Una de las claves de nuestra utopía es que su definición no clausura su sentido construyendo un mundo cerrado en el que ya no quepa modificar nada. Más bien al contrario, quienes la viviesen podrían acceder a su código y mejorarla o revocarla, y esto es parte de su esencia. Si pretendemos una sociedad formada por ciudadanos maduros y autónomos, estos deben ser plenamente conscientes de lo que vamos construyendo entre todos, sin que se diluya su autoridad sobre ello ni su sentido de la responsabilidad. Y por ese mismo motivo, la propia construcción de las utopías, y en particular nuestra modesta utopía, requiere idealmente la participación de todos, por ello os invitamos a todos a enviarnos vuestras sugerencias al respecto, o incluso hacerlo desde dentro de la asociación. Sirva esta reflexión como llamamiento al desarrollo de un pensamiento utópico que nos ayude a vislumbrar con realismo el mejor camino posible.

---

Actualización:
"desde un comienzo dijimos que la utopía estaba abierta a la colaboración de todos, de ahí nuestro empeño en debatirla, y de ese debate han surgido las primeras modificaciones. Gracias a la aportación de..."

martes, 6 de octubre de 2015

Externalidades o cómo la economía dominante ignora a la sociedad y la naturaleza.



Cualquiera interesado en temas económicos se habrá tropezado en alguna ocasión con el concepto de “externalidad”, pero, ¿qué es una externalidad?. Si acudimos a la definición del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos encontramos lo siguiente:

Perjuicio o beneficio experimentado por un individuo o una empresa a causa de acciones ejecutadas por otras personas o entidades.

La definición es harto defectuosa y, está lejos de informarnos, más bien contribuye a confundirnos. Baste señalar que el beneficio experimentado por un individuo a causa de la acción ejecutada por otra persona u entidad puede ser, perfectamente, una transacción económica o de “mercado” lo cual encaja dentro de la anterior definición y no sería una externalidad. Resulta palmario que externalidad deriva de externo, pero ¿externo a qué?. Esa es una importante cuestión que cabe dilucidar y que está en el meollo del tema sobre el que pretendo centrar la atención en esta entrada.

Primero, debemos dar un paso atrás para explicar las premisas sobre las que se construye el concepto. Para ello recurriremos a lo que Herman Daly denomina visión pre-analítica, ya que esa visión nos permitirá delimitar aquello que es externo de lo que se derivará el concepto externalidad. Sin embargo, la tarea no es fácil, porque la economía neoclásica considera a la economía como el todo relevante, no hay nada externo a ella, de lo contrario a nivel agregado significaría el reconocimiento de la existencia de límites o de costes de oportunidad empleando un lenguaje económico.

Lo anterior es un poco abstracto, pero una representación gráfica nos puede ayudar a entender porque la economía concebida de tal manera no tiene cortapisas en su expansión, ya que nada la contiene. Si la naturaleza la contuviera, si ésta fuera esencialmente estacionaria, no podría crecer más allá de su continente, en el mejor de los casos.


El problema es que la naturaleza es un sistema termodinámico cerrado, con inapreciable intercambio de materia con el entorno en escalas de tiempo humana y con la recepción de un flujo constante y disperso de energía que proviene del sol (que es devuelta, casi toda, al espacio). Se trata de un sistema cuasi-estacionario, que si se aceptara que contiene a la economía, levantaría no pocas cuestiones incómodas en relación con el crecimiento económico como panacea contra todos los males, superpoblación, desigualdad y desempleo.

Para evitarlas, la economía dominante considera que la economía es un ciclo cerrado similar a una máquina de movimiento perpetuo. Nada parece afectar la marcha imparable de esa máquina destinada a producir y a proporcionar bienestar a través del consumo, siempre creciente. Si alguien se pregunta qué es y cómo se mide el bienestar y, por qué es el consumo el índice de ese bienestar se habrá planteado algunas de las cuestiones que forman parte del paradigma económico dominante. Son cuestiones normativas no positivas de las que se derivan múltiples consecuencias. Pero para lo que me interesa explicar me limitaré a considerar que la forma en que la economía mide ese progreso, los útiles. Un constructo que no se puede medir y sólo se puede inferir a través de nuestras elecciones de consumo que nos proporcionan esos útiles, diferentes para cada uno e incomparables por ese motivo. No obstante, eso sólo se puede hacer cuando ignoramos el sustrato sobre los que se construye la utilidad.


La economía neoclásica omite deliberadamente las causas materiales de lo que denomina el proceso de producción. Para la economía no hay más que causas eficientes que añaden valor a las cosas para proporcionar utilidad en su consumo. Las causas eficientes son dos, trabajo y capital. Pero si preguntamos sobre lo que se añade valor no obtenemos respuesta (aquí para una discusión más amplia respecto alas funciones de producción con recursos). Por ello, Georgescu-Roegen propugnó el término transformación. La producción podría parecer que desafía la ley de la conservación de la energía, se crea, aparentemente algo de la nada. Pero eso, evidentemente, no es posible. En realidad, la producción lo que hace es ignorar completamente la segunda ley de la termodinámica, lo que permite concebir a la economía como un sistema cerrado, la maquina de movimiento perpetuo a la que nos hemos referido antes. La materia es reorganizada por el capital y el trabajo de forma que produzca utilidad a través de su consumo, sin tener en cuenta que trata de un proceso donde debes emplear energía para reorganizar la materia, añades valor, para luego consumirla o, expresado en otros términos, desorganizarla.

Para la economía neoclásica los bloques sobre los que se añade valor no son importantes, no son más que materia sobre la que operan las causas de transformación que añaden el valor. Esos bloques son esencialmente homogéneos y abundantes, si una clase de materia se agota hay otra que toma el relevo. Ciertamente no consumimos materia/energía, no los impide el primer principio de la termodinámica, lo que hacemos es consumir nuestra capacidad de reorganizar esa materia para generar bienes y servicios útiles para el ser humano, en otras palabras, valor añadido. Somos capaces de reorganizar o transformar esa materia que desordenamos en el consumo gracias a la energía, sin embargo, la energía misma no la podemos reciclar ni tampoco todos los bloques de materia. En un sistema cerrado no podemos mantener el ciclo de producción de forma indefinida, debemos intercambiar entropía con lo que contiene a la economía que es el ecosistema terrestre. Que es un sistema entrópico cerrado como hemos mencionado. En otras palabras, la reorganización de la materia (producción) en el subsistema económico conlleva un impacto en el sistema ecológico. Alguien podría argumentar que podríamos reciclar la materia de forma prácticamente indefinida, pero ese requiere una energía creciente de la que no disponemos porqué el flujo de energía no crece. Daly lo resume de la siguiente forma:

Si el sistema económico debe seguir funcionando no puede ser un flujo circular aislado. Debe ser un sistema abierto, que recibe materia y energía desde fuera para compensar por lo que es disipado hacia el exterior. ¿Qué es el exterior? El medio ambiente. ¿Qué es el medio ambiente? Es un ecosistema complejo que es finito, no creciente y materialmente cerrado, aunque abierto a un flujo no creciente de energía solar”

y prosigue

Viendo la economía como un subsistema abierto nos obliga a darnos cuenta que el consumo no es solo una reordenación dentro del subsistema, sino que involucra reordenaciones en el resto del sistema, el medio ambiente. Tomando la materia/energía de un sistema más grande, añadiéndole valor, consumiendo el valor añadido, y devolviendo los residuos, claramente altera el medio ambiente. La materia/energía que devolvemos no es la misma que la materia/energía que tomamos”.

De hecho, como la materia a la que añadimos valor no es homogénea, alguna de ella es mucho más capaz de recibir ese valor. A medida que consumimos esa materia que es más fácil de reorganizar, para nuestro provecho, debemos acudir a recursos peores.

En resumen, el proceso de transformación utiliza recursos naturales para transformarlos (reorganizar la materia utilizando energía y degradándola en su capacidad para volver a ser utilizada) en bienes y servicios útiles para los seres humanos y residuos que son de nuevo vertidos en el medio natural, donde deben ser reciclados con el consiguiente impacto. Muchos de los sumideros son estructuras disipativas saturables, tienen cierta capacidad pero una vez superada no sólo no pueden reciclar sino que probablemente colapsen.

¿Qué tiene todo esto que ver con las externalidades? Pues lo tiene todo que ver. Porque no hay nada externo en las llamadas externalidades, excepto que creas que vives en el Jardín del Edén. Pero si crees que vives en ese Jardín, los problemas se te acumulan e intentas construir un relato. ¿Cuál es el relato?

Como hemos explicado en la visión pre-analítica, las externalidades no encajan pues la economía es una máquina de movimiento perpetuo. Pero como “Eppur si muove” algo tendremos que hacer. La economía neoclásica está llena de puertas traseras que contradicen sus fundamentos pero, son hábilmente colados como anomalías, molestas sin duda, pero que pueden ser de nuevo encajadas en el esquema de las cosas. Si la realidad no se parece a la teoría es la realidad la que debe cambiar. Para ello, y con nuestro archiconocido martillo buscaremos esos clavos que nos molestan y, en un abrir y cerrar de ojos, encajaran en el esquema de las cosas.

Veamos cual es la puerta de atrás. Esa puerta de atrás es la diferencia entre el sueño de los mercados perfectos y la realidad. Pero a la economía dominante le interesa, exclusivamente, la coherencia interna y la elegancia de las conclusiones, si la realidad no se adapta no es su problema. En realidad, se convierte en un instrumento ideológico para transformar la realidad en manos del neoliberalismo, pero esa es otra historia.

Dado que hay que admitir, muy discretamente, que los mercados no son perfectos, lo que es un fastidio, se introduce el concepto de fallo de mercado. La solución ante los fallos de mercado es la estándar en estos casos, más mercados o introducir el mercado como sea. En eso consiste, básicamente, la economía medioambiental que es un rama de la economía neoclásica, idear estratagemas que permitan “internalizar” los fallos, para que dejen de serlo y el mercado funcione como debe.

Todo esto tiene una fuerte base ideológica que impide cualquier renuncia a las soluciones que se alejen del mercado. Pero hay diversas cuestiones que quedan escondidas entre toda la parafernalia de los modelos económicos y sus soluciones.

El problema esencial es el del coste de oportunidad, escondido en los fallos de mercado entre los que se encuentran las externalidades. Por eso, los fallos de mercado se definen por la interacción de dos conceptos que deberían cumplir todos los bienes para ser de mercado, para que la asignación que resulta del mecanismo de precios sea óptima, si no los cumplen o hay problemas para que los cumplen, eso es un “fallo”. Esos dos conceptos son:

- Exclusión mediante el ejercicio de los derechos de propiedad
- Rivalidad

Un bien es económico si se pueden ejercer y mantener derechos de propiedad definidos (excluyendo a los que no los poseen) y si su consumo o disfrute excluye el de otros.

Si no se pueden ejercer y/o mantener derechos de propiedad definidos se produce la mal denominada “tragedia de los comunes”. El problema de los derechos de propiedad afecta en muchos casos a recursos naturales sobre los que es difícil ejercer los derechos de propiedad, como las pesquerías. Además, los derechos de propiedad requieren que existan instituciones para proteger esa propiedad. El estado neoliberal es esencialmente un estado destinado a proteger y garantizar el ejercicio de los derechos de propiedad que pueden ser tanto individuales como colectivos, es el caso de los “commons” ingleses. En todo caso, los derechos de propiedad no son inherentes a ningún bien, no es más que el ejercicio del control de acceso. Cuando es difícil mantener los derechos de propiedad, las instituciones que ejercen el control deben ser más sofisticadas y los medios más complejos. Los bienes intangibles, como patentes o derechos de propiedad intelectual, son un ejemplo de ello.

En muchos casos, los recursos naturales, especialmente, los producidos por los ecosistemas tienen características que hace imposible crear instituciones que permitan el ejercicio de los derechos de propiedad, como es el caso de la polinización, el ciclo de regeneración del agua y tantos otros.

Por el contrario, la rivalidad es una característica inherente del bien o servicio. El uso o consumo de un bien o servicio impide que sea usado o consumido por otra persona en ese momento o de forma permanente. Los bienes no rivales pueden ser disfrutados simultáneamente, aunque pueden ser saturables, como lo es una carretera. No es el caso, por ejemplo, del conocimiento que puede compartirse sin menoscabo de su integridad, estará ahí para ser utilizado por cualquier otro y, además, no es saturable.

Los bienes públicos, no son de mercado, no cumplen ninguna de las dos características necesarias. Me gustaría llamar la atención sobre el adjetivo público como una cualidad negativa que se opone a la disciplina de mercado. Por lo tanto, en el uso del metalenguaje, lo público es esencialmente negativo, algo que se niega a colaborar, algo que hay que disciplinar en el mercado, ya sabemos para que tenemos el martillo.

Pero volvamos a las externalidades, que estrictamente, significa que una acción o transacción entre partes conlleva pérdidas o beneficios a terceros y no hay compensación por esa variación en su bienestar que les afecta. Si nos acordamos de la definición inicial del diccionario, lo que falta es que el perjuicio o beneficio no tiene compensación. En consecuencia, si solucionamos el tema de la compensación “et voilà” hemos internalizado el problema y, en consecuencia, la mano invisible obra su magia sin más contratiempos.

Sin duda, es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Pero realmente se puede hacer?, ¿se puede hacer en todos los casos?.

Podríamos entrar en cuestiones teóricas pero, en mi opinión, son más bien intrascendentes. ¿Por qué?. Simplemente basta observar la realidad. ¿Qué sucede habitualmente con esos costes?. ¿Por qué se desplazan las actividades económicas más nocivas a entornos donde no existen regulaciones que intentan internalizar los costes, siempre de manera parcial?. ¿Por qué razones, de corto plazo, como la creación de empleo en una zona deprimida, implican la relajación o eliminación de cualquier intento de internalizar costes?. Y así sucesivamente.

No obstante, en mi anterior afirmación, es necesario entrar en algunas disquisiciones teóricas. Disculpas. Porqué si hablamos de economía y externalidades hemos de citar el teorema de Coase. Ese es uno de esos resultados que enorgullecen a los economistas ortodoxos, de la misma forma que lo hace, por ejemplo, la ventaja comparativa ricardiana, un resultado elegante y sumamente consistente con la idea de que el mercado es un gran solucionador de problemas. Pero, como ocurre con ésta última, lo decisivo es conocer los supuestos en que se basan para ver si resisten el contraste con la realidad.


Pero no nos adelantemos. El teorema persigue demostrar que sin la intervención de gobierno, más allá de su misión de hacer cumplir los derechos de propiedad, el mercado soluciona por si mismo el problema de las externalidades. En el fondo, mantiene la ilusión de la máquina de movimiento perpetuo antes citada. Asimismo, establece que la asignación previa de derechos de propiedad no es relevante desde el punto de vista de la eficiencia siempre que esos derechos puedan ser intercambiados en un mercado de competencia perfecta. Suena abstracto pero de ser cierto tiene una transcendencia ideológica muy importante.

He dicho competencia perfecta, pues toca abrocharse los cinturones porque viajamos a ese universo paralelo donde rigen leyes de la naturaleza que nos pueden resultar incomprensibles, excepto que seas un loco o un economista (ortodoxo).

Hemos de recurrir a los instrumentos habituales, en estos casos, en el análisis microeconómico, las celebres curvas de costes y beneficios marginales. Donde ambas se crucen determinará el nivel óptimo de contaminación. Supongamos que tenemos una central eléctrica de carbón y junto a ella una lavandería. Una combinación explosiva. Para la central producir energía eléctrica quemando carbón sin gastar nada en evitar la contaminación maximiza su beneficio, a medida que se introducen medidas para paliar la contaminación, el beneficio disminuye o, gráficamente expresado, se tiene una curva con pendiente positiva (una consideración orbiter dicta, a medida que reduce la contaminación reduce la TRE, lo que va mas allá del mero cálculo económico). Por contra, los costes de la lavandería por la contaminación aumentan con ésta. Sin la planta podría secar la ropa al aire libre, dependiendo del clima, pero a medida que la contaminación aumenta eso deja de ser posible, incluso debe instalar filtros para que no penetre en el interior de la lavandería, etc. La curva de costes marginales tiene pendiente negativa, es decir, los costes aumentan con la contaminación.
 
Si la central es completamente libre para contaminar producirá hasta que su beneficio marginal sea 0 en , pero la lavandería, seguramente tendría que cerrar. Imaginemos que no hay leyes que prevengan la contaminación. ¿Es el mercado capaz de lidiar con el problema?. Si lo es, por lo tanto, por definición no existe externalidad, pues si hay transacción de mercado el concepto carece de sentido.
















¿Cómo opera la magia del mercado?. Muy fácil, siempre que habites en el universo paralelo. Si la central opera sin restricciones producirá emisiones. El triangulo es la pérdida neta para la sociedad, esencialmente para la lavandería, que no es parte, en principio, de una transacción de mercado. Pero la lavandería, puede reducir la contaminación pagando a la central hasta el nivel . Si la lavandería paga cualquier cantidad menor de y la central recibe más será un trato “win to win”, ambos ganarán. Este proceso de mutuo beneficio continuará hasta el punto E. Hemos obtenido el punto de equilibrio sin necesidad de intervención del gobierno ni la necesidad de ninguna regla normativa que empañe nuestra neutralidad.

Si hay una regulación que permite a la lavandería disfrutar de un aire limpio, ésta puede renunciar, a cambio de pagos por parte de la central, hasta alcanzar, de nuevo, el punto E.

Antes de volver a la tierra detengámonos un momento en el resultado y por qué le “mola” tanto a la economía ortodoxa. La razón primordial es que se alcanza el “equilibrio”, el objetivo primordial, sin necesidad de intervención del gobierno, simplemente opera el mercado y obtiene el resultado óptimo, como debe ser. Además, no depende de quién tiene derecho a contaminar o al aire limpio, el resultado es el mismo.

Pero de vuelta a la tierra. ¿Por qué no se dan de forma espontánea los intercambios que describe el teorema?. ¿Si esos intercambios se produjeran tal como dice el teorema no existirían las externalidades pues el coste de los terceros se saldaría con una transacción de mercado?.

En la Tierra hay industrias que contaminan y si el gobierno no interviene no se dedican a realizar transacciones con los perjudicados, en el caso de que fuera posible identificarlos, más bien lo que vemos habitualmente es la negación de vínculos causales. ¿Sería lógico que los perjudicados, por ejemplo, por el envenenamiento químico de los acuíferos, que sufren problemas de salud indemnizarán al contaminador para que parara de hacerlo o redujera los vertidos?. ¿Existe un punto de equilibrio y somos capaces de conocerlo?. ¿Las iatrogenias, efectos a largo plazo que quedan ocultos a corto plazo o que no causan perjuicios a corto plazo, cómo son tenidas en cuenta?.

La lista de preguntas no acabaría nunca. Pero observemos que el teorema se basa en la existencia de competencia perfecta lo que quiere decir información perfecta en todo momento y nulos costes de transacción. De hecho, todas las anteriores cuestiones tienen que ver con el universo paralelo en donde se dan esas condiciones, pero cuando regresamos a la tierra toda la magia se evapora. De hecho, los costes de transacción son extraordinariamente sensibles a las condiciones iniciales. Me explico, los economistas neoclásicos no explican que, ciertamente, las condiciones del modelo no son las de la realidad, pero que no tienen importancia, aunque existan pequeños costes de transacción, la información no es perfecta, nos alejaremos de la solución óptima pero que aún así es una buena aproximación. El problema es que nos movemos en un marco lineal, nada que ver con nuestra realidad. Un minúsculo coste de transacción es capaz de dar al traste con las condiciones de competencia perfecta, no es una buena aproximación, porque no es un sistema lineal.

También, es importante la distribución previa de los derechos de propiedad y la riqueza. En la realidad, los perjudicados no pueden pagar, es más, el perjuicio que sufren puede incidir directamente en su capacidad de conseguir ingresos o suponerles gastos que consumen su capacidad para compensar al contaminador. Desde el punto de vista normativo, la idea de el perjudicado deba compensar aquel que le perjudica seguramente repugna a muchos. Pero la trampa es creer que el teorema de Coase no es normativo. Lo es, pero permanece oculto. Es la previa distribución, aquella que en la economía de mercado, no planificado se nos dice, debe hacer un dictador benévolo, el planificador omnisciente (Andreu Mas-Collel) , donde se esconde el truco.

El ejemplo escogido, también da pie para mencionar aquello que la economía ortodoxa no puede ver. Si queremos reducir la contaminación hemos de gastar energía en ello, nuestra energía neta disminuirá. Por eso, es fácil ver por qué en el mundo real las industrias se trasladan a lugares que no regulan las externalidades, es más fácil obtener energía, unos dirán más barata, pero la clave está en que sin regulación, la energía neta es mayor, si gastamos energía en compensar los males que generamos reducimos nuestra energía neta.

Hemos apuntado algunas razones por las que no se sostiene este tipo de aproximaciones, pero el problema esencial es la visión pre-analítica, el considerar a la economía como el todo relevante que puede crecer sin costes de oportunidad porque no es contenido por nada. Las externalidades, como el resto de fallos de mercado, hemos mencionado de pasada los bienes públicos, no son más que reflejo de ese problema, la solución no es más mercado, sino asumir que el mercado no puede solucionar esos problemas. No obstante, estamos lejos de reconocer tamaña herejía para el paradigma dominante, pues asumir tal cosa sería tanto como negarse a si mismo.