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lunes, 13 de julio de 2015

Pluralidad, confluencia y cambio

Entre los descontentos con la política actual es habitual lamentarse por lo difícil que resulta unirse para desbancar (o al menos condicionar) a los partidos hegemónicos. Con frecuencia surgen diferencias que impiden una acción conjunta, quizá porque a la hora de confluir se sobrevalora la similitud de ideas. Sin embargo tiene toda la lógica que no se dé esta similitud. Precisamente las personas que no tienen como único ideario la maximización de su lucro, las personas con un mínimo de pensamiento propio y de autonomía, siempre llegarán a conclusiones personales sobre lo que conviene a la sociedad. Es normal que haya diferencias y es sospechoso que no las haya. Pero esto no tiene por qué traducirse en un aislamiento en la rivalidad impropio de nuestra condición de seres sociales. La clave para una verdadera individualidad está en la posibilidad de controlar los propios vínculos y sus implicaciones, no en anularlos.

En el pasado la existencia de divisiones económicas muy claras ponía más fácil unirse en torno a los intereses de grandes grupos. Ahora la realidad es más compleja y las necesidades no son sólo económicas o estas son artificiales, (culturalmente decididas). Y siendo así, la reflexión y las valoraciones de cada persona deberían tener más peso en detrimento de una concepción unidimensional del ser humano y de la consiguiente uniformidad en sus aspiraciones. Por ello la iniciativa política de cada persona es, además de un derecho, una necesidad y un valor a cuidar y a promover. No sólo por la reflexión y la valoración que puede aportar cada una; no sólo por la toma de conciencia de los problemas colectivos que implica esa iniciativa, sino también porque la expresión de esa pluralidad es lo que nos hace humanos.

Hannah Arendt lo explica así en La condición humana:
“Tal vez haya verdades más allá del discurso, y tal vez sean de gran importancia para el hombre en singular, es decir, para el hombre en cuanto no sea un ser político, pero los hombres en plural, o sea, los que viven, se mueven y actúan en este mundo, sólo experimentan el significado debido a que se hablan y se sienten unos a otros y a sí mismos.

“...el discurso corresponde al hecho de la distinción y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales.”

Sin embargo la uniformidad y la obediencia entre quienes aún apoyan el actual estado de cosas otorga ventajas estratégicas al poder establecido. Y la pregunta que surge es cómo actuar de modo conjunto para hacer valer una oposición plural frente a esta uniformidad. La hipótesis que voy a plantear es que la clave no es compartir un ideario idéntico e identitario sino compartir un sistema: un sistema de participación, de confluencia y de consenso a partir de unos principios generales. Se trata de que la alternativa se entienda a sí misma como un espacio político plural que de ese modo pueda proponerse y defenderse como un todo ante el poder hegemónico, aun con sus flujos y cambios internos.

Del 15M al M15

La irrupción del 15M sorprendió a propios y a extraños al poner el acento en la democracia y en los procesos de deliberación y de participación. Quienes llevaban años bregando como alternativa política al bipartidismo sentían que sus planteamientos eran los que debían salir airosos después de la crisis de 2008, pero les costó y aun les cuesta comprender esa reivindicación de no sólo otras políticas sino también de un cauce político nuevo para llevarlas a la práctica. De hecho tanto en el 15M como en los movimientos, las candidaturas y los partidos surgidos desde entonces no sólo han participado jóvenes (como a veces se interpreta) sino también muchos veteranos desencantados con las vías de participación política habituales y “reanimados” ahora por la expectativa de otra forma de hacer política. Quienes quieran encabezar estas energías deberían tener muy en cuenta este historial de hartazgo con la política vertical que traspasa las generaciones, un hartazgo con las rígidas y estériles estructuras burocráticas de todos los partidos precedentes, incluidos los minoritarios, y con los líderes políticos que las promueven. (Sirva como ejemplo reciente de esta tensión la polémica que ha suscitado el método elegido por la cúpula de Podemos para decidir su candidatura a las elecciones generales).

Por otro lado, en mayo de 2015 hemos vivido un vuelco electoral sin precedentes en las principales capitales de España gracias a candidaturas de confluencia. Estas candidaturas superaron el resultado que habrían obtenido si cada partido o corriente hubiera concurrido por separado, tanto en el aprovechamiento del actual sistema electoral como en el número de votos logrados donde esta comparación ha sido factible. Ya no son requisitos prioritarios ni los liderazgos con experiencia, ni las estructuras consolidadas, ni la uniformidad ideológica.

Un sistema complejo pero inclusivo puede superar en apoyo popular a una pretendida perfección en el refinamiento centralizado de unas ideas a las que se presupone consenso a partir de estudios demoscópicos. ¿No es mejor dejar que el consenso emerja en lugar de intentar acertar con él a partir de una media intuida? Quizá aún nos costaría demasiado asumir un modelo que prescinda de los partidos políticos pero parece claro el deseo de una política en la que estos o sus estructuras habituales tengan menos relevancia.

También es interesante constatar que en los nuevos políticos se valora la implicación en diversos colectivos y movimientos sociales en detrimento de la capacidad para una obediencia calculada dentro de la burocracia de los partidos. El tirón electoral que ofrecen estos candidatos frente a otros puede ser tomado como una clara muestra de qué se está pidiendo y qué está en decadencia.

Quizá sirva de ayuda esta explicación que rescato de 2012:
15M, la revolución como una de las bellas artes - (UNED - rtve):
http://www.rtve.es/alacarta/videos/uned/uned-15m-revolucion-como-bellas-artes-17-02-12/1325072/ 

Ya no bastan las coaliciones o las uniones de siglas, como ya las hubo en el pasado. (Y este artículo no pretende ser un apoyo a cualquier tipo de confluencia, cuya virtud dependerá de cómo se haga; también puede hacerse mal). Más que un partido o una suma de ellos necesitamos un nuevo sistema de participación que, de momento, podría funcionar como un espacio de confluencia alternativo antes de poder promoverlo desde las instituciones y para todo el mundo. Un espacio de democracia deliberativa, transparente y abierto a la participación horizontal que se defienda a sí mismo de forma conjunta frente al bipartidismo, frente a la política basada en dogmas camuflados de ciencia económica y frente a la democracia de representantes bien financiados.

Consistiría en apostar por un sistema (de deliberación y de participación) para defenderlo como tal incluyendo sus flujos internos, o si se prefiere, se trata de doblar la participación, defendiendo un conjunto en cuyo seno luego se intenta promover una postura propia más matizada.

Sostener la confluencia

Pero los problemas no acabarían con el logro de una candidatura plural. Es necesario pensar en cómo hacer duradera y mantener viva una unión heterogénea. Y la respuesta más obvia (que no carente de dificultades) parece ofrecer mucha resistencia entre quienes acceden a la gestión de cualquier colectivo. Tanto en estas agrupaciones como en la propia gestión allí donde se logra gobernar se hace necesario mantener el mismo acceso plural a la toma de decisiones que permite la confluencia, especialmente cuando estamos ante decisiones de calado o que suscitan controversia. Ese es precisamente el primer cambio demandado, antes que ninguna medida concreta: hacer que las cúpulas y los gobiernos sean controlables por las bases que los han erigido y por la población en general; hacerlos transparentes y accesibles.

A partir de unos principios comunes y de unos objetivos generales, para que cualquier confluencia perdure ha de prevalecer el medio utilizado para crearla sobre una pretendida pureza ideológica y sobre un supuesto cálculo táctico desvinculado de los objetivos políticos concretos. El medio político, ese medio en el que se expresa la pluralidad, es por sí mismo el primer objetivo, la primera transformación que necesitamos. La virtud en la forma de buscar nuestros fines políticos cuenta tanto como la virtud de esos fines. Los medios delatan el fin. Lo contrario conducirá a la ausencia de la expresión personal que motiva y hace posible esa acción política plural, y minará su futuro.

No es sólo el voto lo importante; necesitamos un cauce para que todo el mundo pueda exteriorizar una voz propia y ponerla en diálogo con las demás. Esta interacción es por sí misma una ganancia política a buscar desde el principio, en las formas. Pero además el resultado de esa deliberación debe tener implicaciones reales, debe pasar a ser decisión para poder sentir que estamos interactuando con la realidad y no sólo reflexionando.

Concretando un poco más, si el control de la orientación conjunta y la posibilidad de revocar cargos permaneciera en las bases resultaría menos difícil para cualquier corriente interna aceptar las derrotas en las decisiones que ahora no podrían verse como faltas de legitimidad o como imposiciones. Y en cualquier caso, el proceso mismo garantizaría que no pudiera darse una desvinculación grave entre la cúpula gestora y el pensamiento mayoritario, fuente del malestar que acaba haciendo de la representación una losa con los pilares en la arena a la espera de una ola fatal.

Así mismo la participación en la votación sobre numerosos asuntos concretos (en lugar de votar sólo a representantes o sólo las decisiones principales) diversifica el resultado de la participación de modo que es menos probable que uno haya salido perdiendo en todas las votaciones. Por último, si se vota a menudo y por tanto la responsabilidad se distribuye en el tiempo, se reduce el riesgo de tropiezos fatales en alguna de las votaciones.

La horizontalidad es vital para sostener la cohesión en la diversidad. Si uno se siente partícipe hay más posibilidades de que quiera permanecer en un colectivo incluso aunque sus propuestas puedan no ser las ganadoras. No es lo mismo saber que no se cuenta con apoyo social suficiente que poder dudar de la legitimidad de quien toma las decisiones. Lo verdaderamente desalentador es sentir que la opinión de uno no cuenta ni siquiera con la parte alícuota de poder que supone el voto propio porque este no existe o es un mero camelo para perder el tiempo, (como en esos procesos consultivos que abren algunos ayuntamientos para algunos temas municipales pero sin que el resultado sea vinculante).

Quizá para todo ello sea necesario desarrollar una mayor tolerancia a la conflictividad intelectual, saber abordarla sin necesidad de romper el molde, tanto en el seno de los grupos como en los  parlamentos. El afán de pureza ideológica y de no verse contaminado por lo que no coincida plenamente con los planteamientos propios impediría cualquier acción no individual. Y del otro lado, el mal llamado voto útil debido a un injustificado temor a la fragmentación en los parlamentos sólo conduce a que los representantes no deban responder de sus decisiones, y a que sean más fácilmente manipulados por poderes económicos. No deberíamos ahorrarles el trabajo de tener que acordar lo que haga falta como ocurre en tantos y tantos parlamentos plurales.

La alternativa es que un espacio diverso, fluido y horizontal alcance suficiente peso como para ser cuando menos una minoría significativa. Las leyes electorales actuales, que favorecen extraordinariamente a quienes han ganado, hacen necesario que la diversidad de las alternativas compatibles se defienda conjuntamente frente los poderes establecidos para tener alguna opción de superar esta barrera del sistema electoral (antes de transformarlo). Paradójicamente, la única forma de que las instituciones nos permitan una vida más autónoma pasa por dar a estas la importancia que tienen en la práctica y asumir un control verdaderamente democrático de las mismas.

El valor de las minorías

Otra de las claves que suelen inhibir la participación política es la idea de que, siendo difícil que las alternativas lleguen a ser mayoritarias, no sirve de nada ni siquiera votar para estar en la oposición. Quizá es necesario enfatizar las virtudes de llevar tus ideas a una oposición visible. La participación y la presencia en las instituciones supone una oportunidad para proponer y para explicar las ideas nuevas, y necesitamos valorar más esta función en lugar de esperar el momento en que estas ideas tengan opciones de ganar, como si ese momento pudiera llegar sin un trabajo colectivo previo.

Las posiciones minoritarias sólo pueden salir de esa condición a partir de una exposición de las mismas al criterio público. De igual modo, el motivo para participar en un colectivo plural no hay que buscarlo en una coincidencia total previa sino en la posibilidad de exponer los planeamientos propios (o de aprender de su debate) aunque sean minoritarios. La expresión política propia sólo puede realizarse si no partimos de la necesidad de coincidencia. Y el reto del político no debería ser una toma del poder maquiavélica, relegando la convicción, sino conseguir el apoyo necesario para las propuestas en las que cree. Lo que cuenta es qué opina la población que ha de votar, y la ausencia de esa convicción entre las bases acaba minando la legitimidad y las posibilidades de continuidad de cualquier proyecto impuesto después de acceder al poder.

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Madrid_October15.jpg

En ocasiones los apoyos, acuerdos o coaliciones post-electorales de los grupos minoritarios son vistos como una traición por sus bases, pero si se fraguan en torno a propuestas concretas, el proceso es transparente y cuenta con la participación de las bases en su aceptación, el acuerdo será legítimo y esto aportará estabilidad tanto a la negociación como a la candidatura que pacta, sin necesidad de renunciar a las mayores aspiraciones en un futuro más propicio.

En general, puede cobrar más importancia la defensa de propuestas concretas que la unión en torno a una ideario genérico. Esto permite consensuar medidas con un apoyo fundado en distintos planteamientos ideológicos, o incluso que salgan adelante iniciativas que cuentan con un apoyo transversal. (Por ejemplo, muchos conservadores pueden estar en contra de la técnica del fracking a pesar del apoyo del gobierno central. ¿Qué ocurriría si se preguntara a la población directamente sobre este asunto?).  

Por último también cabe la posibilidad de que acuerdos mayoritarios de la oposición en torno a temas concretos puedan imponer leyes al gobierno de turno, (caso de la reciente ley de vivienda vasca), o al menos matizarlas con cambios necesarios para lograr el apoyo de la minoría. Los ejemplos son multitud.

Para que propuestas alternativas (como la Renta Básica, el Dinero Soberano, el reparto del trabajo, la Economía del Bien Común, establecer una escala óptima para la economía y límites ecológicos a la producción efectivos, entre otras), puedan lograr eco social como paso previo a su adopción por parte de los gobiernos, será necesario que grupos políticos minoritarios crean en ellas y quieran defenderlas por encima de conveniencias electorales (desde la oposición parlamentaria ). Y será necesario que previamente muchas personas quieran proponerlas y argumentarlas dentro de candidaturas alternativas. O en su defecto, sean revisadas o sustituidas por otras mejores como resultado del debate público abierto.

En realidad lo que hoy día está en minoría es la propia política, el poder político ciudadano, ahora delegado en instituciones económicas internacionales incontrolables o en manos de mercados globales, en connivencia con las élites representativas de casi todos los pueblos. Parece de sentido común comprender la necesidad de recuperar la soberanía política ciudadana priorizando este aspecto cualitativo sobre el ámbito territorial de decisión, que en cualquier dimensión puede ser más liberal (o despótico) o bien más democrático. Pero también merece la pena reflexionar sobre las rigideces innecesarias que se crean al establecer parámetros de funcionamiento supranacionales difícilmente controlables desde la política, como las instituciones mencionadas, la moneda única europea, el oscuro TTIP en ciernes, o el propio mercado global sin una autoridad política de ámbito equivalente que pueda compensar los desequilibrios que le son propios, (mediante la fiscalidad o los controles ecológicos por ejemplo).

Son muchos los que se oponen a que caminemos hacia una democracia más directa y plural que quitara protagonismo a esa especie de administradores de fincas que son los actuales profesionales que comercian con la política. Pero en realidad tendríamos que intentar ir un poco más lejos y ensayar formas de democracia más inclusivas, formas de evitar la anulación de las minorías, al menos cuando sus propuestas no sean incompatibles con las de la mayoría; o formas de intentar superar incluso los problemas de protagonismo individual y manipulación en las asambleas.

“...las urnas son peligrosas”

A quienes están acostumbrados a administrar la ideología dominante a veces se les olvida disimular y admiten que lo suyo no es la democracia. Sin ir muy lejos, la ministra española de agricultura dijo en referencia al referéndum convocado por el gobierno griego que “las urnas son peligrosas”. El mero hecho de consultar siquiera las decisiones importantes es visto como un desafuero. Aunque normalmente prefieran no ser tan sinceros y vistan su pensamiento con términos que puedan publicitarlo mejor.

Así por ejemplo, cuando oímos hablar de liberalismo o de libertad económica parece que nos estuvieran abriendo un horizonte de posibilidades a todos los ciudadanos. Pero en realidad la libertad de la que hablan los liberales es la de poder utilizar libremente el poder que otorga el dinero, con independencia de los efectos sociales o ambientales de ese uso. Para ello, entre otras cosas, apoyan, financian, exigen políticas que revaloricen ese poder sobre el “vulgo”, políticas que nos empobrezcan y nos endeuden, convirtiéndonos por necesidad o por miedo en súbditos dóciles de quien tiene dinero en la medida en que lo tenga. Algo muy alejado de la idea de libertad como derecho a disposición de todos. ¿Qué libertad tiene un desposeído en un mundo así?

Más bien debemos llamar a las cosas por su nombre y en lugar de (neo)liberalismo hablar de “represión económica” al servicio de élites o al servicio de una idea de progreso falaz, fanática, insostenible y esclavizante. Cuando se escucha a uno de estos represores, se puede percibir que en todo momento subyace la preocupación por ese refuerzo negativo, por ese "estímulo" o "incentivo". Son multitud los partidarios de ese castigo político, pero si al menos lo llamáramos por su nombre, represión económica, (penuria impuesta políticamente en un mundo aún opulento), quizá engañaran menos. Lo que se nos vende como leyes económicas equivalentes a las inevitables leyes de la física, sólo son inevitables dentro de un marco político pre-establecido: son leyes políticas. Por ello no se evitará la dependencia del crecimiento ni la necesidad de un endeudamiento creciente, no se evitará la penuria y la exclusión social, no se redistribuirá la riqueza de una forma más justa si antes no se redistribuye el poder.

Entre tanto la desigualdad no para de crecer de un modo alarmante (según la propia OCDE), y seguimos dando pasos hacia un más que probable caos climático, (cosa que reconoce hasta el Papa). Y es que, como decía Murray Bookchin resumiendo lo que ya mostrara Polanyi: "Los desequilibrios que el hombre ha producido en el mundo natural son causados por los desequilibrios que ha producido en el mundo social."

En lugar de asociar la libertad a esta visión economicista de la vida, que sólo beneficia a quien más tiene a costa de una creciente pérdida de bienes comunes, necesitamos fundarla en una democracia real y en una verdadera autonomía instituida entre todos y para todos.

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